EL ÁRBOL
Y SUS RAÍCES
Dice Isaías 41:4 hablando a pueblos lejanos:
"¿Quién ha realizado esta obra?
¿Quién, desde el principio,
ha ordenado el curso de la historia?
Yo, el Señor, el único Dios,
el primero y el último".
Aquí Dios/Elohim nos dice que Él es Quien “ha ordenado el curso de la historia” y es “el primero y el último”. Él afirma entonces con rotundidad que tiene el control de la historia y que la va a llevar infaliblemente a su culminación. Podemos concebir “dioses” ajenos a la historia, que se manifiesten solamente en un plano “espiritual”, pero este NO es el caso del Dios de la Biblia. Mas adelante, en Isaías 46:9-10 leemos:
"...porque yo soy Dios... que anuncio lo por venir
desde el principio,
y desde la antigüedad
lo que aún no era hecho;
que digo: ‘Mi plan permanecerá
y haré todo lo que quiero’”
y en seguida agrega:
“lo he pensado, y también lo llevaré a cabo".
El evangelio entonces, para provenir del mismo Dios que hace afirmaciones tan rotundas, debe de ser coherente con la totalidad de la palabra profética, esto es, debe de tener raíces firmes y evidentes en todo el texto bíblico, sin reticencias ni “reinterpretaciones”. Ha de poderse visualizar pasado, presente y futuro del relato bíblico como una continuidad indisoluble a semejanza de un árbol recio que muestra su tronco como consecuencia evidente de sus raíces cuya existencia notoria se anuncia en su base. En un árbol así, que nos conmueve por su fortaleza, lo que se ve nos hace presumir la solidez de lo que no se ve, tal como lo pone en evidencia los dibujos de árboles con sus raíces que mostramos al principio. Los celtas dedicaban una atención muy especial a los árboles, de algún modo eran el centro de su cultura. Y en su representación visualizaban siempre sus raíces, ya veremos quizás mas adelante porqué. El caso es que si en el Dios que nos revela el evangelio no advertimos la misma divina obstinación en el cuidado por el cumplimiento de Su Propósito que percibimos en el Dios del AT, o pensamos que son en algo diferentes en Sus objetivos – cuando se trata Del Mismo Dios - entonces no podremos llegar a percibir el coronamiento final de la historia como una consecuencia evidente y necesaria de un Propósito que atraviesa milenios y que ha dejado mojones inamovibles a través de los tiempos marcando el camino.
Y en estos días urgentes en que todos los parámetros y paradigmas que modelan la sociedad parecen ser sustituidos o puestos en entredicho a una velocidad de vértigo, y cuando el hombre de la calle se pregunta no sobre lo que sucederá de aquí a diez años, sino de aquí a tres meses, sería bueno decirle que existe NO un sorprendente nenúfar predicado muchas veces confusamente, sino un árbol recio representativo de la verticalidad del Propósito de Dios en la historia, que hunde sus raíces en ella y a cuya sombra podemos acogernos.
Y efectivamente - ¡gloria a Dios! – ese árbol existe.
(continua)
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